Las exiliadas. Autobiografías y genealogía
Las
exiliadas. Autobiografías y genealogía
Más
tarde, alcanzada la plena lucidez, iría a Abajo en calidad de
tercera persona de la Trinidad. Creía que, por acción del sol, era
andrógina, la Luna, el Espíritu Santo, una gitana, una acróbata,
Leonora Carrington, y mujer.
(Leonora Carrington. Down below, 1944)
(Leonora Carrington. Down below, 1944)
Cuando
te ves atrapada, desvalida tras los muros –decía tía Habiba--,
sueñas con escapar. Y la magia surge cuando entiendes ese sueño y
haces que las fronteras se desvanezcan. Los sueños pueden cambiar tu
vida y, a la larga, el mundo. La liberación empieza con esas
imágenes que danzan en tu cabecita y puedes transformar esas
imágenes en palabras . ¡Y las palabras no cuestan nada!”
(Fatema Mernissi. Sueños en el umbral, 1994)
(Fatema Mernissi. Sueños en el umbral, 1994)
The obliterated shall be remembered
(Ken Bugul. The abandoned baobab.1984)
No
sé ni cómo titular esta reflexión porque se me había ocurrido “El
cuerpo negado, el yo exiliado” pero ese “yo” sonaba demasiado
masculino. Precisamente quería sintetizar la idea de esa
subjetividad femenina que se nos ha negado expresar a lo largo de la
historia y que, cuando expresada, se ha mantenido sistemáticamente
fuera del canon. Por tanto, “El cuerpo negado, la yo exiliada”.
¿Y por qué “la yo” no suena tan genérico como “el yo”?
Parece evocar “una yo”, una concreta. Y no. Hasta la gramática
nos la han colonizado. Tal vez podría decir “las exiliadas” –
tomando el término woolfiano “the outsiders” – exiliadas de su
propio cuerpo, del lenguaje, de todo lo supuestamente importante.
También
las exiliadas habitamos un territorio, ese territorio incierto por el
que recorremos nuestro propio camino en primera persona. Sentimos
bajo nuestras pisadas un abismo de desprecio y olvido. Pero los pasos
confluyen y en los cruces se producen encuentros. Y esos encuentros
conforman una red histórica que nos protege del abismo, una
cartografía alternativa, una genealogía de donde proceder.
Ese
territorio incierto es espacio literario entre lo privado y lo
público, la guerra y la paz, la cordura y la locura y entre la
tradición y la innovación. Y en esa incertidumbre hay encrucijadas
muy concurridas: el cuerpo, la violencia, la maternidad, la soledad,
la historia, el poder, lo doméstico y lo cotidiano, la culpa, el
miedo, la creatividad.
Lo
privado y lo público (el cuerpo)
Autoras
de diferentes continentes han coincidido en identificar su propio
cuerpo como vehículo de violencia y opresión por ser mujeres y por
ser negras o pobres. A partir de la segunda mitad del siglo XX
tenemos abundantes ejemplos de escritoras cuya reflexión sobre su
propio cuerpo, su raza o su origen encarna un discurso que es al
mismo tiempo vivencia íntima y mirada política.
La
escritora estadounidense Roxane Gay describe en su libro Hambre.
Autobiografía de (mi) cuerpo (2017) las
múltiples formas en que su obesidad ha condicionado su vida.
Dice:
“Cuanto
más éxito alcanzo, más me recuerdan que para muchísima gente
nunca seré más que un cuerpo. No importan mis logros; ante todo,
seré gorda.”
En
su novela autobiográfica The
abandoned baobab (1984),
Ken Bugul, autora senegalesa, reconstruye su viaje a Europa y la
percepción de sí misma que los europeos le devuelven como negra
(ella
jamás se había concebido como negra) y la ambivalencia entre los
piropos que recibe por su belleza y el racismo flagrante a cada paso.
Assata
Shakur, la activista perteneciente en los años 70 al movimiento
Black Panther, lo expresa así en su libro An autobiography
(2001):
“Odiaba
el olor a pelo planchado y que me quemaran las orejas, pero nos
habían enseñado que las mujeres tenían que hacer grandes
sacrificios para ser bellas. Y todo el mundo sabía que una tenía
que estar loca para caminar por la calle con el pelo rizado todo
tieso hacia fuera. (…)
Nos
habían lavado el cerebro y ni siquiera nos dábamos cuenta.
Aceptábamos los sistemas de valores blancos y los estándares de
belleza blancos y, en ocasiones, aceptábamos la visión del hombre
blanco de nosotros mismos. Nunca habíamos tenido contacto con ningún
otro punto de vista ni con ningún otro modelo de belleza.”
Y
así, las vidas contadas de estas escritoras reinterprestan el
concepto de “colonización” llevándolo más allá de lo
genéricamente territorial o cultural hasta un significado personal
de control sobre el cuerpo y la mente de las mujeres que, vivido y
contado desde la esfera privada, adquiere un significado público y
político. En este sentido, la escritora Gloria Anzaldúa propone, en
su obra Borderlands/Frontera (1999) explorar esa frontera
literal y metafórica adentrándose en la influencia simultánea de una variedad de legados culturales o tradiciones que ella denomina con el
término “conciencia mestiza”.
La
cordura y la locura (la mente)
Las
palabras que encabezan esta reflexión son de la pintora Leonora
Carrington relatando, en su libro Down Below (1944) su paso
por una institución mental a comienzos de la 2ª guerra mundial. Los
límites entre locura y cordura se desdibujan en el recuerdo de sus
vivencias que la artista comparte:
“Yo
intentaba comprender aquel vértigo mío: que mi cuerpo ya no
obedecía las fórmulas arraigadas en mi mente, las fórmulas de la
vieja y limitada Razón; que mi voluntad ya no engranaba con mis
facultades motoras.”
Una
desafección hacia la razón convencional o una percepción sensorial
o emocional divergentes – llamadas por la propia Virginia Woolf
“estados del ser” – que en artistas varones han sido
disculpadas o celebradas como “malditismo” o “genialidad”, no
han tenido esa misma aceptación cuando se ha tratado de artistas y
escritoras. Son numerosos los casos de mujeres internadas en asilos u
hospitales psiquiátricos y condenadas a la exclusión total, la
pobreza y el abandono. Una de ellas fue la escritora neozelandesa
Janet Frame que en su extraordinaria obra autobiográfica An angel
at my table (1984) rememora los años que permaneció recibiendo
tratamientos de electro-shock en un manicomio y cómo la escritura se
convirtió en su tabla de salvación.
La
paz y la guerra (la historia)
Virginia
Woolf confiesa su incapacidad para opinar sobre cómo evitar la
guerra en su ensayo Three guineas (1938) remarcando el
carácter masculino de todo lo que rodea cualquier actividad bélica
y la posición de extranjería de las mujeres con respecto a las
cuestiones de estado y a la propia nación.
Frente
a los relatos de guerra masculinos que han dominado siempre el
panorama literario y académico centrados en la lucha, el heroismo y
la violencia como valor inevitable, los relatos escritos por mujeres
sobre la guerra nos traen una perspectiva inusitada, necesaria, nunca
contada (ni dicha ni tenida en cuenta).
En
su libro Asszony a fronton (Una mujer en el frente)
(1991) la húngara Alain Polcz explica de manera descarnada y en
primera persona su periplo por las líneas del frente en la 2ª
guerra mundial, las violaciones sistemáticas a mujeres perpetradas
por soldados de ambos bandos, denunciando una barbarie silenciada y
borrada de los anales de la historia oficial.
Del
mismo modo, el célebre comic Persepolis (2000), de la ilustradora
iraní Marjane Satrapi, ha popularizado una visión de la historia
reciente de Irán desde los ojos de una adolescente que huye de la
guerra y el totalitarismo.
Otro
ejemplo de literatura de guerra en voz femenina son las novelas de la
cineasta y escritora italiana Lorenza Mazzetti, Il cielo
cade (1962) y Con rabbia
(1963) en las que una niña huérfana, Penny, narra la llegada de la
guerra y el fascismo a Italia. La inicencia infantil de su voz
narrativa se vuelve denuncia punzante de la insensibilidad adulta y
del doloroso absurdo de la guerra.
Estas
tres autoras ilustran cómo, a lo largo del siglo XX, las
autobiografías o novelas autobiográficas conforman una especie de
filosofía de la historia vivida, una historia que no pretende
confeccionar una “verdad exacta” sino decir, y si es necesario,
gritar, lo que no se ha dicho, eso que Virginia Woolf llamó “oración
de mujer”.
Tradición
e innovación (la historia también)
Desde
las poetas de la antigua Grecia hasta las más irreverentes raperas
contemporáneas, las mujeres que escriben o recitan o emiten un
discurso con su propia voz, han tenido que insertarse en una
tradición, en ocasiones sin ser bienvenidas e incluso siendo
directamente rechazadas. Se han convertido en trasmisoras de una
tradición ya fuera para venerarla o cuestionarla o subvertirla.
Desde Safo hasta Cosima (1937) de Grazia Deledda encontramos
innovación en los temas junto a un afán de trasmitir su visión de
las tradiciones locales. Cualquier voz femenina, al hablar desde los
márgenes de lo normativo, al pensar desde ese territorio – no
cartografiado, no considerado espacio ni lugar – que fluctúa entre
lo privado y lo público y entre lo prohibido y lo permitido, crea
siempre un discurso que parece moverse entre lo tradicional y lo
innovador.
Un
ejemplo ilustrativo de esta riqueza literaria poco explorada es la
obra de la escritora senegalesa Mariama Bâ, Une si longue lettre
(1979). En esta carta que la autora dirige a su mejor amiga desde
el velatorio de su marido fallecido se encuentran muchos de los temas
recurrentes en las autobiografías de mujeres: la maternidad, el
matrimonio, la educación, el cuerpo, la sexualidad, la ropa, la
belleza, los cuidados… a modo de tratado crítico sobre las
costumbres propias del lugar.
“Divididos
entre el pasado y el presente, deplorábamos el goteo que no
faltaba...Enumerábamos las posibles pérdidas. Pero sabíamos que ya
nada volvería a ser como antes. Estábamos plenos de nostalgia, pero
éramos enérgicamente progresistas.”
Recuerda
al ya clásico The harem within (1994) de la gran Fatema
Mernissi cuya indagación de lo prohibido en la vida en un harén
doméstico se convierte en análisis universal sobre el significado
de las fronteras de todo tipo para la vida de las mujeres.
Que
una mujer escriba en primera persona es un acto poderoso, político,
que convierte a la voz que se proyecta en cuerpo materializado, en
sujeto, quiero escribir “sujeta”, pensante y expresiva, en mirada
crítica desde los márgenes, en acción y reflexión creadora que
reinterpreta categorías y conceptos y subvierte géneros literarios
entrecruzándose con otras disciplinas como la filosofía y la
historia.
Que
una mujer escriba en primera persona constituye memoria en
construcción y conciencia que se autocuestiona y se define en sus propios términos conformando genealogía, redes acogedoras confeccionadas por mujeres
de todos los tiempos, lugares y generaciones, con quienes cruzarse en
el camino o con quienes caminar juntas.
Fotografía: Carmen García
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