Dian Fossey, mujer en la niebla




Dian Fossey. Gorilas en la niebla       (Salvat)

Mientras escribo estas líneas, más de diez años después, diviso desde mi despacho el mismo retazo de prado alpino que contemplé entonces. La alegría que experimenté al ver el corazón de Los Virunga por primera vez desde aquellas alturas es tan vívida como si hubiera ocurrido hace poco tiempo. He construído mi hogar entre los gorilas de montaña..”

Dian Fossey vivió durante más de quince años en los montes Virunga (Ruanda) estudiando el comportamiento y hábitat de los gorilas de montaña y manteniendo una lucha activa para defender a esta especie de prácticas humanas abusivas que la habían llevado al borde de la extinción. El resultado es que la población actual de gorilas (unos 800 ejemplares), aunque todavía amenazada, cuadriplica la cifra de los que quedaban cuando ella se estableció en África (unos 200).

Gorilas en la niebla son las memorias de este periodo de su labor profesional que consistió, a partes iguales, en investigación de campo y activismo ecologista. Su trabajo fue fundamental para dar a conocer a los gorilas de montaña, especie casi desconocida por entonces, y para concienciar al mundo sobre la importancia del cuidado del medio ambiente y de las especies animales frente a la aplastante destrucción humana.

Son célebres las imágenes de la primatóloga sentada entre los gorilas con su cámara de fotos y su cuaderno. Llegar a ganarse la confianza de los nueve grupos de gorilas que estudió requirió un largo proceso de meses y, a veces, años. Este lento acercamiento es lo que Dian Fossey narra en el libro compartiendo con sus lectoras los datos de sus diarios de trabajo, las caminatas bajo la lluvia, las eternas esperas y multitud de anécdotas sobre reacciones inesperadas de estos grandes antropomorfos.

Nunca olvidaré mi primer encuentro con los gorilas. El ruido precedió a la visión y el olor antecedió al ruido en forma de una abrumadora mezcla de olor humano y tufo almizclado.(…) Los tres nos quedamos como estatuas hasta que se desvaneció el eco de los gritos y golpes en el pecho. Sólo entonces empezamos a arrastrarnos bajo la densa cubierta arbustiva hasta que pudimos distinguir a unos quince metros un grupo de primates negros, de semblante lampiño y cabeza peluda que nos observaban con tanta atención como nosotros a ellos. Bajo la robusta frente, sus ojos vivaces nos observaban nerviosamente, como si intentaran adivinar nuestras intenciones. Me impresionó de inmediato la magnificencia física de sus enormes cuerpos, color negro azabache, que contrastaban con el verde del espeso follaje forestal.”

Sin embargo es menos conocida la otra faceta de su tarea que consistía en destruir trampas que los cazadores furtivos utilizaban para atrapar gorilas, perseguir a éstos, confiscar sus armas y denunciarles ante las autoridades, negociar con la población local el empleo de zonas de montaña para uso ganadero (lo que en ocasiones incluía “arrear” ganado que estaba invadiendo territorio de los gorilas a zonas más alejadas) y, en general, lidiar con los diversos “visitantes” que ponían en peligro la seguridad de los gorilas. En varias ocasiones estas tareas incluyeron curar y cuidar a gorilas,  heridos o mutilados por las trampas de los furtivos, hasta poder devolverlos a su entorno.

Turistas y equipos de rodaje sin invitación, en su avidez por obtener tomas fotográficas, llegaban a representar una amenaza para los gorilas casi tan grande como la de los cazadores furtivos. Un equipo de filmación francés, del cual ya he hablado anteriormente, persiguió diaria e implacablemente al grupo 5 durante seis semanas. Esta conmoción ocasionó un aborto de Elffie.”

La descripción que Fossey nos traslada de los diferentes grupos de gorilas que registró en sus observaciones y de las relaciones entre sus componentes es tan detallada e íntima que consigue contagiarnos el profundo respeto y el enorme cariño que estos grandes simios despertaban en ella. Nos cuenta cómo fue poniendo nombre, acorde con su carácter o modo de comportamiento, a cada ejemplar estudiado y cómo las tácticas de acercamiento que fue desarrollando tenían siempre el objetivo de llegar a observar y fotografiar a los gorilas procurando la mínima invasión en su entorno y seguridad. De algunos de ellos consiguió tal nivel de aceptación que ella misma se saltaba alguna vez, durante las observaciones, su estricta norma, “nunca tocar a un gorila”, para hacerles cosquillas cuando descubrió que les encantaba.

Con ellos aprendí a no violentar bajo ningún concepto su capacidad natural de tolerancia. Todo observador es un intruso en los dominios de un animal salvaje, y no ha de olvidar que los derechos de éste imperan frente a los propios.”

Además de un diario de su trabajo cotidiano durante años, el libro de Fossey constituye una reflexión de gran valor, por estar hecha desde el corazón del asunto, sobre las políticas de conservación más adecuadas para salvar al gorila de montaña de su total desaparición. En varios momentos del libro argumenta sobre el dilema conservación activa-conservación a largo plazo (teórica). La investigadora no niega la importancia de sistemas conservacionistas teóricos que permitan a largo plazo la sostenibilidad de los montes Virunga, entorno natural de los gorilas de montaña y de las poblaciones aledañas, esto es: fomentar el turismo, educar a la población para valorar y cuidar sus parques naturales como un bien del que sentir orgullo, etc. Pero la urgencia de la situación, la amenaza inminente de desaparición de la especie, pesan más en la valoración de la autora que se decanta en favor de políticas activas de conservación que consideren como prioridad salvar a cada ejemplar de la muerte y desarrollar actividades que luchen por este objetivo de manera inmediata.

Nadie parece darse cuenta de que las urgentes necesidades de los 200 gorilas de montaña que quedan, y de la restante fauna de los Virunga que ahora lucha día a día por sobrevivir, no se satisfacen con los objetivos a largo plazo de la conservación teórica. Los gorilas y otros animales del parque no pueden esperar; basta una sola trampa, una sola bala para acabar con un gorila.”

Este compromiso férreo con la conservación activa convirtió a Dian Fossey en una persona muy molesta para el negocio de la caza furtiva que crecía ante la pasividad (y con los sobornos) de los guardas forestales y las autoridades locales. En los quince años en los que vivió entre los montes Karisimbi y Bisoke en donde fundó su centro de investigación (Karisoke) sufrió a menudo amenazas, pequeños atentados contra su centro de investigación y su vivienda y destrucción de su material fotográfico y científico. Parece evidente que ella corría tanto o más peligro que los gorilas y probablemente le habría parecido absurdo proteger su propia vida por encima de la de sus vecinas y vecinos de montaña.

Quisiera manifestar mi profundo agradecimiento a las intrépidas personas de Ruanda y Zaire que me han ayudado en las tareas de conservación del gorila de montaña. Por Digit, Uncle Bert, Macho, Lee, N`Gee y tantos otros gorilas, lamento profundamente llegar demasiado tarde para cambiar las costumbres quijotescas de muchos europeos y africanos que desean un mañana mejor para el gorila de montaña y que todavía deben aprender que, si no se llevan a cabo tareas básicas de conservación, Beethoven, Icarus, Nunkie y su prole se quedarán para siempre en la niebla del pasado.”




Dian Fossey (1932-1985) fue una zoóloga y primatóloga estadounidense. En 1967 fundó el Centro de Investigación de Karisoke y dedicó toda su vida profesional al estudio y protección de los gorilas de montaña. En 1977, tras la muerte de Digit, uno de sus gorilas favoritos, creó una fundación en defensa del gorila de montaña que actualmente sigue en activo con el nombre de Dian Fossey Gorilla Fund International. www.gorillafund.org
En 1985 fue asesinada, probablemente por cazadores furtivos a los que ella combatía, en su cabaña de Karisoke.

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