Nuestras vergüenzas ajenas
Susan
Sontag. Ante el
dolor de los demás (Debolsillo)
“Durante
mucho tiempo algunas personas creyeron que si el horror podía
hacerse lo bastante vívido, la mayoría de la gente entendería que
la guerra es una atrocidad, una insensatez.”
¿Es
la guerra inevitable? ¿Puede haber belleza en una fotografía de
guerra? ¿Qué hacemos las personas que vivimos en países
occidentales ricos ante las atrocidades humanitarias , las guerras,
exilios, matanzas, esclavitudes a las que asistimos a través de los
medios? En general, miramos para otro lado. Incluso cuando miramos
las imágenes vergonzosas de millones de personas desplazadas,
huídas, refugiadas, violadas, torturadas, asesinadas, estamos
mirando para otro lado.
Susan
Sontag nos llama, con su ensayo Ante el dolor delos demás
(2003), a reflexionar sobre el creciente grado de sadismo y violencia
admitido en los medios y sobre nuestra actitud ante esas imágenes
del horror. Nos insta a cuestionarnos nuestro propio papel en la
existencia de barbaries insoportables y en la tolerancia que
desarrollamos hacia ellas.
Sontag
nos ofrece un recorrido histórico sobre la fotografía de guerra y
sobre su función actual en la conceptualización que desde occidente
hacemos de la propia guerra y en general de la violencia y del
sufrimiento de las demás personas. Define la guerra como el gran
espectáculo de la modernidad, demasiado similar a la ficción (a
menudo la supera) y como la noticia más irresistible y pintoresca de
la que el deporte constituiría un sucedáneo. Nos interpela como
espectadores y nos empuja a preguntarnos dónde poner la línea que
separe la función divulgativa o de denuncia de este tipo de
imágenes, de su efecto anestésico o negligente.
“La
imaginaria proximidad del sufrimiento infligido a los demás que
suministran las imágenes insinúa que hay un vínculo a todas luces
falso, entre quienes sufren remotamente – vistos de cerca en la
pantalla del televisor – y el espectador privilegiado, lo cual es
una más de las mistificaciones de nuestras verdaderas relaciones con
el poder. Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos
cómplices de las causas del sufrimiento.”
Utilizando
casos concretos de conflictos bélicos del siglo XX, ampliamente
documentados en fotografías, Sontag denuncia la diferente vara de
medir utilizada para tolerar o no la exhibición de muertos (y sus
rostros) según sean, por ejemplo, soldados norteamericanos o civiles
anónimos de un país lejano (mirado desde occidente). En el caso de
los militares estadounidenses se respeta el derecho de las familias a
censurar esas imágenes, a proteger su intimidad,
“una dignidad – dice Sontag
– que no se estima necesario conceder a los demás.”
“Cuanto
más remoto o exótico el lugar, tanto más estamos expuestos a ver
frontal y plenamente a los muertos y moribundos.”
A
diferencia de su obra Sobre la fotografía (1978) en la que
remarcaba la capacidad de embotamiento que sobre nuestras miradas
tienen las fotografías bélicas, en este ensayo insiste la autora en
poner sobre la mesa el doble filo de este tipo de imágenes. Igual
que pueden servir para dar a conocer lo que está ocurriendo, sirven
para alimentar la industria de los medios de comunicación. Del mismo
modo que tienen su utilidad como documentos históricos, sirven
también para invisibilizar históricamente aquellos otros
acontecimientos no retratados.
“Pero
la imagen fotográfica, incluso en la medida en que es un rastro (y
no una construcción elaborada de rastros fotográficos diversos), no
puede ser la mera transparencia de lo sucedido. Siempre es la imagen
que eligió alguien; fotografiar es encuadrar, y encuadrar es
excluir.”
Y
de la misma manera que la difusión de documentos gráficos de las
atrocidades humanas pueden promover un llamamiento a la paz, sirven
en demasiadas ocasiones para generar deseos de venganza.
“Esos
hombres y mujeres camboyanos de todas las edades, entre ellos muchos
niños, retratados a uno o dos metros de distancia, por lo general de
medio cuerpo, se encuentran – como en Marsias desollado de Tiziano,
en el que el cuchillo de Apolo está a punto de caer eternamente –
siempre mirando a la muerte, siempre a punto de ser asesinados,
vejados para siempre.”
Ante
el dolor de los demás nos interroga como personas y como
sociedad, nos recuerda que las mismas pantallas que nos dan acceso a
todo ese sufrimiento, nos lo alejan como si fuera algo irreal en el
mismo acto de mirar. Nos recuerda que la guerra y la capacidad humana
de causar dolor y terror no son vergüenzas ajenas, son nuestras
propias vergüenzas.
Susan
Sontag (New York, 1933- New York 2004) fue una pensadora, escritora y
activista por los derechos humanos norteamericana.
En
2003 la autora compartió el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras con la marroquí Fátima Mernissi y fue galardonada con el
Premio de la Paz que otorgan los libreros alemanes.
Palabras que invitan sin duda alguna a reflexionar sobre nuestra capacidad de tolancia ante las "injusticias" y la responsabilidad que nos atañe para la solución de las mismas.
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